En 1945 se convirtió en un ferviente admirador del peronismo y en un incorrupto gestor de la ideología de reivindicación de los derechos de los trabajadores y de sus necesidades más urgentes. A partir de esta convicción, ya decidido a convertirse en director de cine por necesidad expresiva más que por voluntad de mayores glorias, Hugo del Carril debió enfrentarse a los mismos peronistas cuando se propuso llevar a la pantalla la novela de un autor que en aquellos mismos momentos se hallaba privado de libertad por su filiación comunista.
Llegó hasta el mismo presidente de la república para conseguir que se le autorizara filmar Las aguas bajan turbias, probablemente uno de los testimonios más crudos y conmovedores de la realidad en los esteros del litoral argentino. Realizó algunas películas más y hubo de exiliarse después de la caída de Perón en 1955. Vivió en México una larga temporada y, cuando pudo al fin regresar a la Argentina, le fue impuesto el título de Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.
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